Hace unas semanas, con motivo de la huelga de transportes, los estantes de los supermercados se quedaron vacíos, o por lo menos, con huecos. En muchos surtidores de gasolina colgaba un cartelito que ponía "sin suministro". Un sentimiento de desasosiego y preocupación nos invadió a todos. En los telediarios se mostraban imágenes de comercios por los que parecía haber pasado el tsunami y los comentarios eran que no era posible encontrar pollo o tomates de ensalada. ¡Qué barbaridad! Las amas de casa llenaban los carros con lo que quedaba, había cola delante de las gasolineras... A los pocos días la situación se solucionó y todo volvió a la normalidad.
El susto quedó olvidado, como en un sueño. Todo estaba bien. Pero no es verdad. Millones de personas se enfrentan a una terrible amenaza: la muerte por el hambre. Es una catástrofe anunciada. Y está pasando desapercibida. La gran hambruna se está anunciando con meses de antelación y nadie hace nada.
No quiero echar la culpa a los gobernantes, que sin duda la tienen. La última cumbre de la FAO no fue sólo otra oportunidad perdida, sino una verdadera vergüenza para todos. Digo de corazón que hay cosas que no entiendo: por ejemplo, la pasividad. No me cabe en la cabeza cómo los Parlamentos, los pulpitos de las iglesias, u otras instituciones, tan sensibles a movilizarse ante atentados terroristas o desastres naturales, no hayan reaccionado ante la certeza de tantas muertes anunciadas, muertes tan seguras como evitables. La crisis alimentaria avanza. No hacen nada los dirigentes políticos, pero tampoco los ciudadanos.
Echo de menos las pancartas, las manifestaciones, las ciudades movilizadas. No nos vale decir que eso no tiene solución, que no hay dinero: lo que se gasta en sólo cuatro días en la guerra de Irak sería suficiente para parar esta crisis alimentaria que vivimos hoy. No nos vale decir que faltan alimentos, la tierra es capaz de producir alimentos suficientes para el triple de la población actual del planeta.
Pero parece que ésa no es nuestra crisis, que es la crisis de los pobres. Y no son sólo unos pocos. Imagínense que en un solo día desapareciesen todos los habitantes de mi querida Oviedo juntos. Pues son unos pocos más -30.000- los niños que cada día mueren de hambre.
Los cereales en África se han encarecido un 75% durante el año pasado. Los expertos hablan de que de seguir subiendo los precios de los alimentos aumentará en 100 millones la ya inmensa lista de pobres del planeta.
No caben más palabras.
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